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tranquilizadores hacia la pequeña. Le hubiera gustado poder decirle que era ella, que
estaba allí; pero aún no tenía la suficiente experiencia para algo así. Esta era la misma
técnica que había empleado con los sybirks, y esperaba que surtiera efecto con la
pequeña Nikki. Y, mientras Deekto seguía luchando con la cerradura, Rai pudo sentir
como la pequeña Nikki se calmaba y esperaba.
Entonces hubo un sonoro clic y una exclamación ahogada del rodiano.
- ¡Ja! ¡Lizto!
Rai sonrió.
- Permíteme entrar, Deekto. La niña no te conoce.
- Por zupuezto, mi zeñora. Pero daoz priza.
Rai asintió y abrió la puerta de la celda, que giró sobre sus goznes con un estruendoso
chirrido. La débil luz del exterior entró en la reducida estancia cegando a una diminuta
figura que se acurrucaba en una esquina, protegiéndose la cara con las manos.
- Nikki, cariño, soy yo - dijo Rai en una mezcla de emoción y nerviosismo.
La pequeña se sorprendió y se arriesgó a separar ligeramente las manos de la cara.
- ¿Tía?
Rai se arrodillo en el umbral de la puerta.
- Sí, cielo. Nos vamos a ir de aquí.
Nikki retiró por completo las manos de la cara para revelar un rostro sucio y unos ojos
que se estaban llenando de lágrimas. Permaneció así unos instantes mientras Rai la
contemplaba en silencio con una sonrisa. Los ojos de Nikki no pudieron seguir
conteniendo las lágrimas, que empezaron a derramarse por sus mejillas formando
senderos de limpieza, pero, al mismo tiempo, una enorme sonrisa se dibujó en su boca y.
como impulsada por un resorte, saltó desde su rincón hasta los brazos de Rai sin pisar el
suelo apenas dos veces.
- ¡Tía! - exclamó llorando. Y luego, con la cabeza enterrada en el regazo de Rai, siguió
- ¡Tía, tía!.
Rai acarició el pelo de la pequeña mientras notaba como sus ojos también se
humedecían ligeramente.
- Nikki, cariño, ¿estás bien?
La pequeña no contestó, pero asintió en silencio entre sollozos.
- Cielo - dijo Rai con voz serena -. Tenemos un amigo que nos va a ayudar a escapar
de aquí. Se llama Deekto. Pero tenemos que darnos prisa antes de que nos descubran.
¿Puedes andar? ¿Estás bien?
Nikki se separó de la joven haladoriana y sorbió aire por la nariz mientras se secaba los
ojos con una manga y asentía vigorosamente. Rai sonrió.
- Entonces, ¡vámonos de aquí!
Las dos salieron de la celda al pasillo donde les esperaba Deekto. El rodiano saludó a
la pequeña con una inclinación de cabeza y preguntó a Rai.
- ¿Todo bien?
- Sí - contestó esta -. Salgamos de aquí.
Deekto cerró la puerta de la celda, pero no se molestó en echar la cerradura. Luego
señaló en una dirección y dijo, con aire nervioso:
- Debemos ir por ahí. ¡Rápido!
Los tres fugitivos avanzaron a paso rápido por el corredor hasta llegar a una
encrucijada. Allí, Deekto giró a la derecha con seguridad...
... Para encontrarse con un par de guardias gamórreos al otro extremo del pasillo.
El rodiano dejó escapar un bufido de sorpresa y dio media vuelta, empujando a Rai y a
Nikki en sentido contrario.
Pero al otro extremo del pasillo estaba Finn Garth acompañado por dos soldados de
asalto, un oficial imperial y un extraño tipo encapuchado. Garth les apuntaba con un
blaster.
Deekto miró desesperado a su alrededor. Sólo quedaba el pasillo por el que habían
venido, pero nunca podrían escapar a tiempo por él. Nikki se escondió detrás de Rai,
agarrándose a su túnica.
- Vaya, vaya - dijo Garth con ironía -. Si no te conociera diría que nos quieres
abandonar, Deekto.
Deekto sabía que estaba muerto. No había escapatoria posible. Y si una de sus
alternativas era enfrentarse a la ira de Trobbo, la otra era una muerte con honor.
- Lo ziento, mi zeñora - dijo, mirando a Rai -. Oz he fallado.
Y, sin mediar palabra, desenfundó su blaster y abrió fuego hacia Garth. La acción fue
tan rápida que Rai no pudo seguirla con la vista. Pero Garth ya tenía el arma
desenfundada y disparó una fracción de segundo antes que Deekto. El disparo de Garth
alcanzó a Deekto en el pecho y este se derrumbó hacia atrás sin un ruido. El disparo de
Deekto se estrelló inofensivamente en el techo, rozando apenas a uno de los soldados de
asalto que flanqueaban a Garth.
Nikki contempló al rodiano muerto con los ojos muy abiertos mientras se aferraba con
más fuerza a la túnica de Rai. Esta puso la mano izquierda sobre el hombro de la
pequeña, rodeándola, mientras contemplaba a los recién llegados con tranquilidad, pero
sintiendo como la desesperación luchaba por adueñarse de ella otra vez.
Para un Jedi no hay emociones, sólo hay paz .
- Bueno, capitán - dijo Garth, enfundando su arma -. Parece que nuestro desdichado
amigo quería largarse con nuestras brujitas - rió.
Garth, el capitán imperial y el encapuchado se acercaron hasta las chicas seguidos por
los soldados de asalto. Cuando estuvo cerca de Rai, Garth cogió su rostro con la mano y
lo hizo girar hasta que los ojos de Rai se encontraron con los suyos.
- Bien, bien, preciosa; parece que al final vamos a tener que retrasar nuestra cita.
Rai se enfureció ante el comentario y apartó la mano de Garth de su cara con un
manotazo. Garth rió entre dientes.
- ¡Ya está bien de tonterías! - dijo el capitán imperial con voz fría -. ¡Andras! ¿Qué
opinas?
El encapuchado alzó la cabeza para contemplar a Rai y esta pudo sentir como unas
manos invisibles hurgaban en su interior. Aquel hombre llamado Andras estaba
sondeándola de algún modo, invadiendo su intimidad. Rai intentó resistirse. El intento
pareció complacer a Andras.
- Mmmm - susurró entre dientes.
Entonces Rai se percató de una pequeña bolsa decorada con caracteres Eldar que
colgaba del costado del hombre. Era su bolsa de runas.
- ¡Esas son mis runas! ¡Devuélvemelas!
Andras sonrió y dio un par de palmaditas a la bolsa.
- ¿Quieres esto? - dijo -. ¡Oh, sí! Son unos juguetes muy interesante, niña. ¡Yo te
enseñaré a sacarles todo el partido posible, sí!
Rai se calló. ¿Aquél hombre sabía utilizar las runas Eldar?
- ¿Y bien, Andras? - preguntó el capitán imperial.
- Tiene potencial, señor. Pero es aún un diamante en bruto - se detuvo, y luego
prosiguió con una sonrisa cruel -. Yo puedo tallarlo.
- Bien. ¿Garth?
- ¿Capitán?
- Nos guiarás a presencia de Trobbo, su regalo nos complace pero debo verle.
- Sí, capitán.
El capitán Krooz se volvió hacia los dos soldados de asalto.
- Guardias. Llevadlas a la lanzadera.
Los dos soldados de asalto avanzaron sin una palabra. Uno de ellos agarró a Rai por
un brazo.
- ¡No! - gritó esta.
El otro soldado intentó hacer lo mismo con Nikki. Pero la mente de la pequeña había
estado en frenética ebullición durante toda la escena y había llegado a la conclusión de
que lo mejor era escapar de allí.
Y, retorciéndose y agachándose, Nikki paso por entre las piernas del soldado de asalto
y echó a correr por el pasillo por el que habían venido con Deekto.
- ¡Maldita mocosa! - gruñó Garth. Y desenfundando el blaster abrió fuego contra la
pequeña.
- ¡No! ¡Nikki! - gritó Rai.
Un haz de energía chocó contra una columna, a escasos centímetros de Nikki. La
pequeña se agachó y siguió corriendo.
- ¡Por todos...! - exclamó Garth.
Garth volvió a disparar contra la niña, y el segundo soldado de asalto también, aunque
se entretuvo unos segundos en ajustar su arma en aturdir.
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